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La
Educación en España
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La periodista
manchega Gabriela Cañas, muy vinculada a “Los Derechos del Niño” dice que el
debate sobre la enseñanza segregada por sexos “está plagado de minas”. Se trata
de una elocuente y sabia manifestación porque son argumentos manejados tan
peligrosamente, como el que maneja un cuchillo de doble filo.
Aquellos que se
basan en la creencia de que el distinto ritmo de maduración y las diferentes
habilidades de chicos y chicas aconsejan una educación separada a fin de mejorar
el rendimiento de unos y de otras, resulta tremendamente peligroso porque en
aras de esa separación estamos faltando a un principio mucho más universal, que
no es otro, que el de la integración. Todo proceso de integración es mucho más
enriquecedor que el de separación, hasta el extremo de que hoy hablar de
separar a chicos de chicas en las aulas, casi no se le ocurre a nadie.
Y no se le ocurre a
nadie, o a casi nadie, porque lo tenemos muy reciente en nuestra historia. La
Transición supo sacudirse el polvo del franquismo. La Dictadura en España hizo
entre otras cosas que la segregación por sexos en las aulas se mantuviera hasta
bien avanzado el siglo XX, cuando ya en la mayoría de los países civilizados
estaba salvado.
Y siguiendo con el
argumento de Gabriela Cañas de un terreno minado: Se empieza por segregar a
chicos y chicas porque así los rendimientos son mejores; porque el sistema de
adapta mejor a la especificidad. No. Que no. Que no nos engañan. Es que la
posición de la derecha conservadora se basa en la separación y la selección. Se
separan a los que progresan de los que no progresan adecuadamente. Se apartan
en colegios guetos a los discapacitados para que no interrumpan el progreso de
los “normales”. Se separan a los inmigrantes y a los marginados, porque su
progreso no puede ser el mismo. Algunos, en aras de la excelencia nos pretenden
meter con embudo separaciones y segregaciones. ¡Ah señores! Pero aquí está la
trampa, aquí está el cuchillo con doble filo. Con el tiempo este espíritu de
segregación termina dando mayores oportunidades para “la excelencia” a los
alumnos con más posibilidades económicas sociales e intelectuales. Así llegamos
a la excelencia como privilegio para algunos, para unos pocos, y no como un
derecho para todos.
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