Sin mirar riesgos, sectores financieros se lanzan a la ganancia rápida y abultada. Siempre pretendiendo alcanzar su éxito sin control de nada ni de nadie. Pero la avaricia rompe el saco, y el método revienta. Entonces, a inyectar dinero para salvar el sistema, dinero público, dinero de todos. Y ahora esos mismos a los que hemos tenido que ayudar, vigilan para que no aumentemos el déficit en nuestras cuentas, nos ponen las condiciones, y nos amenazan con hundir nuestra economía. Es imprescindible reconocer que eso es así porque el sistema no funciona. Alguien tendrá que poner freno a esto. Alguien tendrá que cambiar las reglas del juego.
Eso en el aspecto económico. Pero es que en lo político ocurre lo mismo. En España, como en otros lugares, oímos decir permanentemente a los defensores de ese liberalismo sin control que ellos tienen la fórmula para arreglar el chiringuito. Quienes a partir del año 1996, facilitaron tales estrategias mediante privatizaciones y liberalizaciones sin límite, ahora nos dicen que ellos sabrían arreglar la crisis. No pueden, ni quieren, arreglar esto, quienes lo han provocado. Es más fácil pensar que buscan la continuidad del invento. Cambiar para que nada cambie.
Y mientras, un sector de la sociedad espera desmotivada, silenciosa, un cambio que no llega. Ni va a llegar si no somos capaces de vencer esta crisis ideológica, que domina la política y la economía. Quizá esta sociedad silenciosa y aletargada necesite un revulsivo, algún acontecimiento que remueva las conciencias, que obligue a reflexionar y a cambiar de rumbo. Que cambie las reglas del juego, porque estas no funcionan. Quizá otro mayo del 68. No sé, pero algo tiene que pasar.
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