sábado, 11 de diciembre de 2010

ESTADO DE ALARMA


Chorros de tinta se están vertiendo. Todos tenemos motivos suficientes para tener ya una opinión. Aceptando que las opiniones son personales y dignas de todo respeto, todo parece indicar la casi unanimidad en condenar los posicionamientos de los controladores. Salvo un sector político y mediático, que omito calificar, hay un muy extendido consenso sobre los acontecimientos. De todas formas, constatar algunas cuestiones fundamentales y hacerse alguna pregunta, no viene mal.

El Gobierno, haciendo uso de las atribuciones que le concede la Ley, decreta el “Estado de Alarma”, pensando que es la mejor y más adecuada contestación a la actitud desafiante de los controladores. Alguien, desde posiciones conservadoras, está pretendiendo inocular la imagen una medida preconstitucional. ¡Paradójico! El “Estado de Alarma” sólo le afecta a quienes han cometido acto de desobediencia. Sólo a ellos. El “Estado de Alarma”, no alarma. Todo lo contrario. Transmite tranquilidad, al ver que nuestros derechos están garantizados. Por tanto se equivocan quienes pretenden demostrarnos que estamos ante un gobierno que al primero que se desmanda lo militariza. ¡Bromas, las mínimas!

Estamos juzgando a un colectivo que desde su principio ha disfrutado de una situación de privilegio. El problema empieza a serlo cuando un gobierno, en el año 1999 decide, regularizar por decreto un convenio que les garantiza esa situación de privilegio. Lo que había sido un privilegio de facto, por uso y costumbre, pasa a ser un privilegio legal, con “todos sus derechos” reconocidos.

Es opinable y se puede criticar lo que han podido hacer o han dejado de hacer. Pero es evidente que el colectivo no ha dejado de “enseñar su patita por debajo de la puerta”. No han dejado de recordarnos de vez en cuando que están ahí, que son imprescindibles, y que están dispuestos a mantener o aumentar sus privilegios.

Así llegamos a febrero de este año. Es entonces cuando un ministro de Fomento del actual Gobierno, José Blanco, decide hacer frente, para acabar, o al menos regular una situación insostenible. Insostenible en términos económicos y de acumulación de poder, pero sobre todo, en términos comparativos. Es entonces cuando los controladores, convencidos de que tienen la sartén por el mango deciden echar un pulso al Estado. Quienes tratan de llevarlo al terreno de conflicto laboral, están insultando al resto de trabajadores.

Y ahí surge la pregunta: ¿Son tan ingenuos como para no ver las pocas posibilidades que tienen de prosperar? ¿No son conscientes de que pueden perder sus privilegios y otras cosas mucho peores? O los han pillado, o, lo mismo que tenían preparado el pulso, ¿tienen también diseñada una estrategia y los planes de un futuro no muy lejano? ¿Quién va a ganar el pulso? ¿Dónde se van a situar todos los diferentes actores del esperpento? La respuesta en los próximos números.


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