martes, 2 de noviembre de 2010

Mi recuerdo


Es día uno de noviembre. Estoy sentado echando un vistazo a los periódicos del día. Todos hablan de nuestros difuntos. Todos dedican algún apartado a temas de la muerte. Es una costumbre que se viene repitiendo todos los años en esta fecha. Inevitablemente, empujado por ese aluvión de comentarios, se hace ineludible una parada en nuestra vida. Como si en este día se parase el calendario, y dejáramos aparcados todos los problemas mundanos que nos agobian a diario. 

Parece como si todos nos dedicáramos a pensar, por un momento, lo que representa el devenir de la vida de cada uno de nuestros seres queridos, que se han ido. La comparación de lo que significa una lucha, que ha durado más o menos años, con lo que significa el final de ese recorrido. ¿Quién no ha hecho esta parada alguna vez? Pero mucho más si un acontecimiento reciente ha removido tus más profundos sentimientos. Te ha descolocado. Te ha obligado a esa parada. Es como si se hubiese producido una tremenda sacudida que te ha dejado trastocado.

Quiero unirme a esa pléyade de reflexiones, de dolores y recuerdos, movido por ser el día que es, y seguro que, por motivos más personales. Aunque no quiero poner nombre y apellidos, es evidente que en este tipo de reflexiones subyace la cercanía de alguien de los tuyos. Me propongo hacer la reflexión desde un punto de vista exclusivamente humano. Dejo el aspecto religioso para la conciencia y las creencias de cada uno, desde la libertad y el respeto a cualquier dogmatismo.

La muerte, desde el dolor por la ausencia, pudiera parecer algo injusto, que lo es. Pero es inseparable a la naturaleza humana. La vida no puede concebirse sin la muerte. Los seres vivos, aprendimos en la escuela, son los que nacen, se desarrollan, se reproducen y mueren.

Las células de nuestro organismo no viven más de siete años. Si nosotros alcanzamos una vida de ochenta años es porque estamos formados por otros pequeños seres vivos que nacen, se desarrollan, se reproducen y mueren. Y esos pequeños seres vivos desempeñan una función vital en beneficio de nuestro organismo.

Así el hombre realiza una función en ese otro organismo superior que se llama humanidad. Esa es la grandeza del hombre en la naturaleza. Ese es el recuerdo que debe perdurar de nuestros seres queridos. Pusieron al servicio de los demás, su vida, su capacidad, su amor y su entrega profesional. La persona trabajó para su familia, que ahí queda con su dolor, pero con el sello que le imprimió. Ha contribuido al bienestar de su familia. Trabajó, para desarrollar un quehacer profesional. Dedicó muchas horas de su vida, muchos esfuerzos, y muchos sin sabores, a veces incomprendidos, para proyectar su profesión en beneficio de los demás. Ha sido una pieza que ha funcionado con dignidad y honestidad en ese organismo superior que llamamos humanidad. Ese es el recuerdo que debemos mantener vivo.


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