domingo, 31 de octubre de 2010

El reformismo

Si analizamos la socialdemocracia desde sus inicios, el reformismo ha sido su seña de identidad. Siempre apostó por la reforma frente a la revolución, y al inmovilismo. Aunque su objetivo último ha sido siempre el bienestar y el progreso de la sociedad, y en especial de los sectores más débiles, se distingue del socialismo clásico por haber acabado con el enfrentamiento entre capital y trabajador. Ni siquiera el comunismo ha estado ajeno a esta transformación. El llamado eurocomunismo no fue otra cosa que acabar con una tendencia de origen bolchevique que no estaba dando resultados beneficiosos. Los promotores del eurocomunismo fueron, ni más ni menos, que unos adelantados a la caída del comunismo.

La socialdemocracia sustituye la reforma por la revolución porque toma conciencia de que, a través de un cambio en la orientación del capitalismo, se podían aprovechar los beneficios del mercado con el progreso y el bienestar social. Es lo que conocemos como la puesta del capital al servicio de una sociedad más justa y equitativa. Un proceso que ha dado lugar a la “economía social de mercado”. Quienes mantienen que la socialdemocracia es un puro eufemismo del socialismo y del comunismo, no han entendido este proceso. Aún no se han enterado. Viven anclados en el enfrentamiento del capitalismo más rancio y el proletariado de la lucha de clases.

La sociedad se presenta en continuo proceso de transformación. Fue el reformismo de la socialdemocracia quien introdujo, en Europa primero y en España después, los profundos cambios que nos introdujeron en el Estado del Bienestar, con la universalización de la Educación, de la Sanidad y las Pensiones, la reconversión industrial y las reformas fiscales que harían una sociedad más justa.

La socialdemocracia, tal como la concebimos hoy, ha aportado décadas de prosperidad, desarrollo y bienestar en toda Europa. Se ha basado siempre en la integración de los diferentes, e incluso de los marginados. Ha sido el espacio necesario para la consecución de las grandes conquistas sociales. Esta actitud crítica renovadora, nos ha de acompañar siempre, porque siempre será necesaria para el progreso de las sociedades. Un progreso sostenible, pero revisable continuamente.

El reto que nos ha planteado la actual crisis, no es otro que afrontar los cambios que la globalización bien entendida, debe marcar nuestro futuro. El poder económico se desplaza hacia oriente, las nuevas tecnologías alteran las viejas estructuras empresariales, el cambio climático condiciona el uso de la energía, la competitividad se basa en la formación y no en la explotación, el envejecimiento de la población, paralelo a una mejor calidad de vida nos obliga a replantear el sistema de pensiones, si queremos garantizar la sostenibilidad del Estado del Bienestar.

Sin que pretendamos establecer una relación causa efecto, entre la crisis y la necesidad de afrontar los retos, corregir los desequilibrios exige un espíritu reformista. Con espíritu conservador involucionista se podrá salir de la crisis, pero volviendo al escenario que produjo la misma crisis. No habremos afrontado el reto de futuro que hace avanzar y mejorar la sociedad.

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